De la Cruz Vieja a la plaza del Banco pasando por La Moderna: un paseo en pos de la historia del libro (I) (2024)

Ramón Clavijo Provencio

Desde que Manuel Esteve Guerrero e Hipólito Sancho de Sopranis iniciaran esas visitas guiadas al Jerez patrimonial a comienzos de los años treinta del pasado siglo, estas forman parte del paisaje cultural de la ciudad gozando en la actualidad de un gran éxito de público.

Pero entre las diversas propuestas de visitas que con el correr de los años se han venido y vienen realizando, poco protagonismo se le ha concedido al mundo de los libros y eso que está suficientemente documentado el papel relevante de la ciudad en señaladas etapas de la historia del libro en España. Esa relevancia ya la podemos comenzar a situar cronológicamente a finales del siglo XV con la aparición de imprentas e impresores ambulantes que recorrían la geografía europea y que en Jerez, según Rodríguez Moñino, también podemos encontrar.

En ese siglo y el siguiente hay testimonios de impresos e impresores como demuestran los estudios de Francisco José Morales Bernal, también de bibliotecas privadas como el investigador Juan Antonio Moreno Arana desvela en sus numerosos trabajos publicados (entre ellos ‘Un episodio cultural de Jerez en el siglo XVI: Los Libros del bachiller Diego de Aguilocho’).

Pero será a partir del siglo XVIII cuando la ciudad empieza a señalarse en la historia general del libro en nuestro país, y lo hace con esa biblioteca que el marqués de Villapanés reunió en su fastuoso palacio de la Cruz Vieja en el barrio de S. Miguel (en la imagen parte trasera y en ruinas del palacio), y de la que fuentes de la época dicen que llegó a tener 12.000 volúmenes. Una biblioteca sobre cuyo destino final circulan leyendas e hipótesis a cual más sugestiva. Será pues dicha plaza lugar de obligada visita en ese recorrido por las huellas de Jerez en la historia del libro, y que no le iría a la zaga en interés a otras que periódicamente se realizan en cuanto a anécdotas y datos históricos que comentar.

En este paseo nos deberíamos dirigir ahora a otro punto relevante: la plaza del Arroyo, y en concreto al palacio Bertemati donde actualmente se encuentra el archivo diocesano y la antigua biblioteca de la Colegial hoy Catedral. Y es precisamente esta biblioteca la que contiene uno de las colecciones bibliográficas patrimoniales más relevantes de Jerez. Su principal fondo proviene de la que llegó a reunir el obispo de Sigüenza Juan Díaz de la Guerra, de cuyo contenido y valor ya nos han dejado testimonio numerosos trabajos, entre ellos los de José Luis Repetto Betes en su historia de la Colegial o los de Javier Jiménez López de Eguileta (sobre el archivo histórico diocesano) o María José Toribio Ruiz y José García Cabrera sobre la mencionada Biblioteca en particular. (Continuará el 23 de abril, Día Internacional del libro).

Ideas

El otro día, en pleno ritual del café mañanero, que no en el fragor de las copas de amontillado, a un pequeño grupo de compañeros, que también de amigos, nos dio por recordar aquellas desesperadas iniciativas que algunos ayuntamientos pusieron en marcha con el fin de mantener activa la vida cultural y social de las ciudades del interior, entre las que Jerez no fue una excepción, ante la desbandada de su población a las localidades de costa. Nos acordábamos de toda clase de actos: ciclos de cine, conferencias, lecturas poéticas, paseos por el casco histórico de la ciudad, que incluso en nuestros días se siguen haciendo… Actividades que contaban con las buenas intenciones y disposición de los responsables de dinamizar una ciudad que en los meses de verano más que languidecer, se sumía en una profunda hibernación veraniega. Alguno recordaba haber asistido a una conferencia en la que estuvo presente el mismísimo José Mª Pemán, y otro a una lectura poética del no menos mismísimo don Rafael Alberti (pongo uno y otro ejemplo para compensar y no levantar suspicacias).

En estos últimos años, celebrar la Feria del Libro en junio (aunque también pospuesta a octubre) o La Noche Azul y Blanca en octubre no deja de ser un modo de cierre de un curso y apertura del siguiente, con ese intervalo estival irremediablemente perdido para cualquier actividad humana (entiéndase cultural). Y al calor de los recuerdos, el grupito se fue calentando y lo que empezó como una lluvia de ideas para recuperar la vida veraniega, pronto derivó en un auténtico tsunami. Alguien se acordó de aquella procesión magna que convocó por las calles de nuestra ciudad a más de treinta pasos un Sábado Santo. ¿Y por qué no podía celebrarse una Magna en julio, con la lógica reducción del itinerario por los calores, aunque bien podrían procesionar de madrugada? Y ya que estábamos en pleno fragor de propuestas ¿por qué no hacer una magna zambomba con helados de pestiño y granizadas de polvorón? O mejor, un zambombódromo, como en los carnavales de Río de Janeiro, por el estadio Chapín. Alguien, que sin duda, le había echado algo al café, gritó: “Yo ya lo estoy viendo”. ¡Todo un visionario! José López Romero

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